ENTREGA ESPECIAL: PARO AGRARIO



Análisis. El contacto existente entre la población civil de la urbe y la de los sectores agrarios es limitado, motivo que promueve un desconocimiento de las condiciones en las cuales se encuentran los campesinos. Sin embargo, hay una relación más directa entre los habitantes urbanos y las empresas encargadas de distribuir y comercializar productos alimenticios, productos de procedencia agrícola.




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El campesinado vive subordinado ante una concepción discriminatoria construida históricamente, por tanto es visto idealmente como un grupo vulnerable, rezagado y violentado. Pero, por lo ya mencionado, esos imaginarios, quizás ciertos, no se sustentan sobre bases sólidas de entendimiento, compresión y conciencia de las problemáticas. Es más, las medidas globalizantes, adoptadas por el gobierno colombiano, que buscan una mayor apertura económica, no inmutaron al común de la población, pues el carente análisis de la situación no permitió dimensionar las connotaciones inmersas en tales medidas. Conjunto a esto, la población no fue tenida en cuenta para juzgar y, posteriormente, asumir una posición determinante frente a la toma de decisiones correspondientes a la firma del TLC.

La población rural, que depende en gran medida del agro, está ahora imbuida en un terreno violento, caracterizado por la lucha comercial; una lucha que, por la constante extensión de la intervención extranjera, tiene como consecuencia la perdida de espacios antes poseídos por el campesinado. Las técnicas de antaño utilizadas (con sus respectivas modernizaciones) por los pequeños y medianos productores, son desplazadas por infraestructuras industriales con aires monopolizadores, y no sólo provenientes de territorios extranjeros, pues también, aquí en Colombia hay entidades fabriles que, aprovechando sus ventajas productivas, rezagan a los campesinos. Cabe aclarar que, varias de las industrias alimentarias del país reparten sus ganancias entre poderosas cabezas de la élite colombiana, como, por ejemplo, la empresa Colanta, la cual tiene vínculos con el expresidente Álvaro Uribe.




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Los esfuerzos gubernamentales para impartir mejoras a la tecnificación, se han fijado desde una perspectiva productivista que acciona a partir de criterios que discriminan y rechazan a los sectores que presentan condiciones menos favorables para el tan añorado desarrollo económico, que es el que mueve gran parte de las políticas pronunciadas por el aparato estatal. Es esa tendencia modernizadora la que impulsa a los entes capitalistas a procurar crear espacios terrenales idóneos para la producción, pero en ese proceso se generan profundos choques culturales, porque es la tierra el sustento y el hábitat de los campesinos y muchos de ellos se resisten a acatar las corrientes de desarrollo que se les abalanzan; y así algunos pretendan sumergirse en la tecnificación, que quizás les brindará mejores oportunidades en el mercado, a muchos se les cerrarán las puertas por la latente discriminación mercantil.


La angustiante realidad sufrida por los campesinos sólo adquirió amplias dimensiones con el monumental movimiento de masas que presenció el país en estos días, pero antes de los evidentes estallidos organizados y la promulgación mediática, no se había despertado la conciencia colectiva de la nación, muestra clara del desentendimiento cotidiano de la población colombiana frente a un problema de tan basta envergadura.

Hay que tener en cuente que, pese a la magnitud del paro, no todas las articulaciones agrarias están involucradas, pero porque no han sufrido las mismas consecuencias. Los productores lecheros y paperos se han visto afectados con las dinámicas del Tratado de Libre Comercio, desatando como consecuencia la fuerte presencia de ellos en las manifestaciones, que por lo mismo, se pronunciaron con un alto grado de regionalismo, pues hay territorios dedicados especialmente a la producción de aquellos alimentos.

La sectorización de las protestas no impidió que se pronunciaran suficientes campesinos para despertar la atención del país, sumado a que las acciones tomadas, como los bloqueos viales, fueron un golpe intestino contra la red de funcionamiento del Colombia; golpe que afectó gravemente la economía y causó diversas complicaciones a la población.

La polémica incentivó la solidaridad de la población, además de ser un momento propicio para comunicar descontentos de gremios sindicales, estudiantiles y trasportadores, entre otros. La articulación social, en pro del paro agrario, acrecentó el movimiento protestante y, por la relevancia que tuvo (y tiene) ante los ojos del gobierno, fue la oportunidad para que, de alguna manera, grupos radicales se manifestaran contra el sistema, dándole unos tintes diferentes a los que tenía el paro en sus inicios. Esto sin querer ignorar el devenir algo violento que se evidencio en las protestas a lo largo del territorio colombiano.

El apoyo estudiantil fue de gran relevancia para el paro, esto se debe a que el movimiento universitario bogotano es quizás el más grande y activo del país, por razones evidentes. Por lo mismo, el volumen de la manifestación alcanzó mayor visualización, lo que, a nuestro parecer, es conveniente, pues las reivindicaciones que el sector agrario está pidiendo son legítimas. Los campesinos deben sentir el apoyo de todo un pueblo que, a medida que se hace cada vez más urbanita, pone un muro que impide ver la realidad que está allá a las afueras de nuestras cómodas ciudades, de donde provienen cada vez menos, gracias, entre otro factores, a los TLC, nuestros alimentos.





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Involucrarnos, o no, en la macha es una decisión compleja que puede causarnos encrucijadas personales. Esto se debe, en parte, a los puntos de conflicto que convergen. Muchos simplemente ven estas movilizaciones como algo ajeno a su realidad, otros se lavan las manos arguyendo que estas marchas juegan a favor de intereses políticos en la víspera de las elecciones del próximo año; pero también está quien va por vandalismo, por hacer trifulca y además de eso ni siquiera conoce bien todo el meollo del asunto, los mismos que encendieron la amenaza de una ciudad sitiada. Estos motivos inculcan dudas en los ciudadanos, tanto por los choques ideológicos como por el influyente sentido de conservación.

Sin embargo, y sin aprobar en ningún grado los actos vandálicos, consideramos pertinente, después de un consciente proceso informativo-reflexivo, que se tome una posición crítica en el asunto. Por nuestra parte, creemos oportuna la participación en la marcha, porque así damos a conocer nuestra opinión frente a tan trascendente tema, mostrando a la vez que puede llegar a haber una unión firme que refleje ante el país entero los intereses compartidos por un pueblo relacionado e interdependiente.

Por más que exista un latente riesgo en pronunciamientos de tan gran envergadura, creemos importante sobrepasar los miedos para así poder participar en acciones nacionales tan relevantes, pues un grupo de “idiotas útiles” no debe tener el suficiente impacto como para acallar un sincero sentimiento de apoyo, compartido, quizás, por un número mucho mayor de habitantes. Es por esto que, fuimos a la marcha y seguiremos yendo.






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